Sobre María Isabel González

Footprints

Los seres humanos pueden cooperar de maneras extremadamente flexibles con un número incontable de extraños, esta es la razón por la cual hemos logrado el dominio del planeta a través de los siglos; a pesar de no poseer ciertas habilidades o fuerza física mayor que la de otras especies, la cooperación y el raciocinio han sido la clave de nuestro poder. Aristóteles planteaba ya desde la era clásica en el siglo V A.C., que el hombre se diferenciaba de la naturaleza y los demás seres por ser un “animal político”1; es decir, por la manera en la que nos comunicamos y armamos sociedades en las que tomamos decisiones y establecemos leyes que regulan nuestra convivencia y bien común.

La política y la cultura han sido siempre la clave de la vida social humana. Un enorme músculo con una elasticidad y capacidad de adaptación asombrosa para cambiar y transformarse cuantas veces sean necesarias según las condiciones históricas en las que el ser humano se encuentre. Sin embargo, este motor, cegado por la idea de poder absoluto y el discurso neoliberal surgido a través de los años por medio de los mercados, ha guiado a las sociedades a una ilusión de desarrollo por encima de todo, una burbuja débil que lleva poco a poco a cada ciudadano del mundo a pensar el progreso basado en la manipulación de conceptos como la competitividad y la excelencia, la acumulación de capital y objetos materiales (Entre más se posee mejor se está), y una educación que transgrede las bases mismas de la política y la convivencia, ya que al contrario de abogar por el bien común, respalda el desarrollo individual por encima de los demás y “las prácticas de des-socialización” . Pero esta es una idea que en ningún sentido es sana para el verdadero avance del ser humano y su supervivencia, puesto que ha llevado a un espacio crítico de consumo desmesurado de recursos naturales y desequilibrio ecológico en general.

Tenemos implantada una imagen de progreso capital y científico, desde la cual parece casi imposible nuestro fin como especie, mientras existan científicos o ingenieros hábiles que puedan fabricar una mejora tecnológica que nos salve. Este es un concepto posible con las grandes evoluciones en la tecnología y la ciencia de hoy, pero está planteado desde un universo en el que parece sólo existir el ser humano y unos pocos espacios y seres monitoreados y regulados a su disposición, y no desde la presencia de un ecosistema extremadamente variado donde especies y ambientes de todo tipo conviven en un frágil equilibrio. El intelecto nos hace una especie diferente, sin embargo, el intelecto humano usado sólo para el dominio de todo lo demás, para un querer ser Dios, podría no ser la respuesta a una vida realmente sostenible.